Este marzo que pasó se cumplieron tres años desde que vi por vez primera al tipo de la chaqueta en el antebrazo. Lo recuerdo como si fuese ayer. Iba en la línea B del subte en ese viaje inicial que hice a Argentina con mi amigo Mauricio (viaje que además ahora siento que mencionó semanalmente en este blog). Era finales de verano. La temperatura, aunada a las multitudes sofocantes propias de la hora pico, nublaba la mente, producía mareos y limitaba la concentración. Fue ahí cuando lo vi, con cara de mala maña, su mirada perdida en las manos de los pasajeros y su inconfundible chaqueta, su marca registrada. En algún momento, cuando me distraje buscando aire por las ventanas del vagón, intentó robar a Mauricio metiéndole la mano en el bolsillo del short. Afortunadamente no encontró nada, pero dejó en evidencia cómo funcionaba su mecanismo, su modus operandi, en términos de funcionario policial.
Años después vi a otro en otra línea de subte. Este segundo sí logró su cometido robándole, al entonces esposo de mi mamá, su cartera con tarjeta de crédito y todo. En ese entonces logramos agarrarlo, sacarlo del vagón y revisarle los bolsillos, pero ya probablemente se la había pasado a algún cómplice porque no encontramos nada. Lo dejamos ir, no sin antes una buena mano por la cara que le propinó mi querida madre. Aquel que la conoce sabe que es una mujer jodida. Jeje.
Pero vayamos a un poco de ayuda visual, para comprender cómo ubicar al tipo de la chaqueta en el antebrazo y no ser víctima de sus fechorías. Llevo varios meses queriendo usar esa palabra "fechoría" en algún contexto y no se me ocurre uno más apropiado. Para la imagen contamos con nuestro modelo: yo mismo.
Esta es la pose habitual del tipo con la chaqueta en el antebrazo. Relajado, casi indiferente. El modelo se creyó demasiado el rol de divo y llevó la pose a un nivel casi de catálogo de ropa de caballeros, pero lo vamos a disculpar porque es su primer trabajo. Lo importante a observar es la predominancia de colores oscuros para no levantar sospechas y el espacio abundante que queda debajo del antebrazo flexionado. Es en ese lugar que ocurrirá la magia. Poco a poco se irá presionando al cuerpo de su víctima, como si estuviese dejándose llevar por el vaivén natural del sistema metro. La víctima por lo general no va a diferenciar este roce con el de los cientos de roces de extraños que sentirá a lo largo de su día en subterráneo. Entonces se abren las puertas en una estación... Y ¡saz!
Ahí esta la manito. Se desliza debajo de la chaqueta y te curucutea tus pertenencias. Sí, ¡las curucutea! Y en medio del desorden de gente saliendo por la puerta, la víctima o no se da cuenta o no puede identificar quién fue. Y el malhechor se sale con la suya. (malhechor y fechorías en una sola entrada... Genial.).
El llamado es a andar pendiente en el subte de estos sujetos, sobre todo en la línea B. Cuando uno está informado de su existencia empieza a verlos en todos lados, así que espero haber prevenido más de un robo con esta entrada. ¡De nada! Pero hablando en serio, por favor hagan correr la voz de este suceso. No se imaginan la frecuencia con la que que veo que sucede algo parecido. Ya he tenido como costumbre avisarle a las personas cuando veo un tipo de estos. Los tipos probablemente ya hasta me pueden reconocer la cara. Soy como su némesis... Jeje..
Mañana, el consejo número dos para que no te roben como un tonto en Buenos Aires: ¿Estás seguro de que TIENES que ir a Retiro?
Pedro, el infiltrado
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