miércoles, 30 de noviembre de 2011

La distancia entre Nueva York y Buenos Aires

En el capítulo de hoy no hay muchas risas. Pero bueno, no está mal ponerse serio a veces pues... Este es un escrito que tenía tirado por ahí y me provocó compartirlo. Tiene que ver un poco con la distancia, con la familia y con una cosa que se llama Skype que están usando los muchachos hoy en día. Bueno, sin nada más que agregar, agárrense de la brocha que nos llevamos el andamio...


La distancia entre Nueva York y Buenos Aires

Hombre caraqueño menor de 30 años sale al exterior a hacer su vida, a buscar su destino. El miedo de vivir solo lo agobia, le quita el sueño en las noches, le nubla la mente en el día. La nueva ciudad lo marea, por momentos se lo come vivo. Su familia se torna cercana a pesar de la distancia. No lo sabe en el momento, pero lo difícil de esta etapa formará, más que ninguna otra, la persona en la que se convertirá.  Es la historia de mi padre en Nueva York en los 70. Pero también es mi historia en Buenos Aires en la actualidad.

El paralelismo entre ambos viajes siempre fue evidente para los dos. Cuando me acompañó a instalarme en la capital argentina hace dos años aumentó exponencialmente la frecuencia con la que echaba esos cuentos neoyorquinos, que me había echado a lo largo de toda mi vida. Puedo recitarlos al pelo: en el 72 inició su carrera diplomática en Naciones Unidas, con sede en Manhattan. Desconocía la ciudad, el idioma y las costumbres. Comía mucho en la calle, llevaba toda su ropa a la lavandería y dependía casi completamente de una mujer que iba a su apartamento a limpiar. Siempre le coloqué a sus historias, ese matiz medio mítico que toman las anécdotas de nuestros padres cuando somos niños. Aunque todo, con el tiempo, ha ido cobrando un sentido distinto, extrañamente familiar (la mujer que limpiaba en mi apartamento mi primer año acá se llamaba Raquel, a propósito). Pasaron casi 40 años entre ambas experiencias, pero poco ha cambiado. Bueno, quizás el desborde de avances tecnológicos que nos invaden todos los días y que vuelven ínfimas todas las distancias. Pero no mucho más.


La madrugada de febrero en que mi papá se fue de Buenos Aires fue algo traumática para ambos. Hubo llanto contenido, abrazos extra fuertes y varios “más tarde hablamos” que poco servían de consuelo. Nunca me lo dijo, pero sospecho que ese viaje en avión de vuelta a Caracas debió haber sido de los más difíciles de su vida. Pero esa noche Skype y él se conocieron, y cualquier posibilidad de comparar los 70 y la actualidad, murió al instante. Escribiendo esto siento un temor de convertir mi escrito en algo publicitario sobre las bondades de Skype y las nuevas tecnologías, un infomercial disfrazado de artículo de opinión. Pero es que vale poner las cosas en perspectiva: mi papá le escribía a mi abuelo cartas que se tardaban dos semanas en llegar y cuyas respuestas tardaban otras dos semanas en volver. Con los 5 días de por medio que le tomaba a mi abuelo redactar una carta a mano eso sumaba un mes y una semana para completar un intercambio. ¡Un mes y una semana! Las llamadas eran muy costosas, así que esa no era una opción. Ayer le mandé un mensaje por celular para que se conectara, y a los 3 minutos no sólo estábamos hablando sino que nos podíamos ver.




Con esto no pretendo despotricar contra los tiempos de antaño ni mucho menos. No puedo negar el encanto que tenía escribirse cartas a mano, ni lo relajante que es imaginar estar desconectado de todos los medios tecnológicos de los que hoy tanto dependemos. Pero imaginar la distancia y la soledad tal cual las vivió mi papá me ayuda a poner mi experiencia en perspectiva y me permite dormir más tranquilo en las noches. Aquel día de febrero, cuando llegó el momento de colgar la llamada de Skype, mi papá vio fijamente en la pantalla, sonrió y me dijo “nos vemos mañana”. Puedo apostar que la Nueva York de los 70 estaba en su mente.


Pedro, el infiltrado



miércoles, 23 de noviembre de 2011

Diccionario argentino-venezolano, parte 2

Imagen conceptual que poco o nada tiene que ver
con la entrada.  Pero lejanamente ilustra. Muy lejanamente...


A esto de las secciones recurrentes me cuesta un tanto darle continuidad. Pero lo importante es no rendirse. La sección del diccionario argentino-venezolano nació con el mismo blog así que hay muchos que le tienen un cariño especial, incluyéndome. Publiqué un recopilatorio hace unos meses acá. Aquellos que no lo han visto échenle una ojeada para que entiendan el tonito. Bueno, vayamos a las palabras que es lo más divertido y ya no aguanto la ansiedad.

Pochoclo: La palabra elegida por los argentinos para definir el maíz inflado, ese que popularmente se consume en salas de cine y se puede encontrar con facilidad debajo de las butacas. Me parece que se origina de una traducción de corn, en esta zona conocido como choclo. O sea corn=choclo, popcorn=pochoclo. Es posiblemente el producto con mayor cantidad de variaciones en la lengua castellana, conocido como cotufa en mi país, crispeta en Colombia, palomita de maíz en México y España, pororó en Paraguay... El día que nuestro continente tenga un solo nombre para esta bendita golosina empezará la unión latinoamericana en serio... Bueno, quizás no, pero podría ser un buen inicio.

Piola: De acuerdo a mis últimas investigaciones puede tener dos acepciones. Por un lado es una persona con viveza, un avión, como le decimos en mi Venezuela querida. Por otro lado también se le puede decir así a algo que está bueno, o que está bien. Por ejemplo:

- "Este diccionario está piola, infiltrado".
- "Muchas gracias, amigo lector".

Chanta: Un sujeto que dice ser lo que no es. Y se lo cree. "A eso le dicen mojonero en mi tierra", me dice por aquí un miembro de la comitiva editorial del blog.

Chango y chongo: En realidad no tienen nada que ver una con la  otra, pero quería verlas juntas, así como si fuesen el nuevo dúo de reggaeton en boga. Chango es un carrito de supermercado. Changuito, para los amigos. Chongo es un sujeto con el que una mujer se acuesta una noche y luego desecha. "Un chico potable", como muy bien lo definió Gladys, una típica amiga argentina. Un chongo puede llevar un changuito, y un changuito puede llevar un chongo adentro. Chongo, chango, Chango, chongo.

Copado: Algo que está bueno. En superlativo: Re copado.

Chivar: Esta significa sudar. Pero me parece que tiene una connotación un poco más ordinaria, como para decir entre amigos que juegan fútbol y al salir de la cancha todos malolientes se sientan a tomar cervezas y tal. Ahí, en ese contexto, con grandes dosis de testosterona está bien decir chivar. Con solo una mujer presente ya no. Ojo con eso.

Morocha: Originalmente la había escuchado aquí, en el minuto 3:27. Pero siempre asumí que se refería a una muchacha que tenía una hermana igualita. Pues no, una morocha es una morena. Y no es nada más acá en Argentina. En casi toda Latinoamerica.  Los únicos que le decimos morochas a las gemelas somos los venezolanos. Es más, ya que estamos en el tema, también somos los únicos que le decimos catiras a las rubias. Si inventamos, nojoda...

Bombachita: Significa ropa interior femenina. Es una de esas palabras a las que me podría acostumbrar a decir sólo por el hecho de lo ordinaria que suena su contraparte venezolana. Pantaleta debe ser una de las cinco palabras más feas del idioma castellano, quizás al lado de diarrea y sobaco. Así que bombacha es un cambio bienvenido. Al igual que...

Locutorio: En Venezuela le solía decir centro de comunicaciones, y es un poco largo para mi gusto. La otra era llamarlo cyber (se lee saiber e incluso se escriben así en algunas partes de Venezuela). Pero eso nunca fue de mi agrado tampoco. Locutorio está bueno, suena bastante serio y se dice sin problema en un sólo respiro.

Listo. Se acabó la segunda entrega del diccionario. Como siempre les digo que cualquier comentario lo pueden dejar al final de cada entrada o escribirme al pedrocamacho84@gmail.com. Ahí será analizado, clasificado y digerido.

Re copado.

Pedro, el infiltrado









domingo, 20 de noviembre de 2011

Carta abierta a mis futuros visitantes

Esta semana tuve de visita a Andrés, un gran amigo venezolano, aquí en los predios de mi apartamento. Con su visita ya van unas 700 personas que me han venido a visitar en los dos años y medio que llevo en Buenos Aires, si no se me escapa nadie. Por momentos en esta entrada habrá una sensación de que me estoy quejando de la gente que ha venido. Pero nada más lejos de la verdad. Agradezco todos los días haber podido conocer a su lado muchas cosas esta ciudad. Sin embaaaargo... Soy quejón por naturaleza. Así que aquí va una lista de cosas a tomar en cuenta si vienes a visitarme en el futuro.

El autobusito turístico de Buenos Aires que ahora 
para en mi casa a buscar turistas después de la casa rosada




  • Tendrás llave, un celular y una camita en una sala. Ah, y una toalla y sabanas limpias. Es como un hotel, pero lamentablemente no pagas nada. Lamentablemente para mí, tu debes estar bien contento por ahorrarte unos cobres.
  • Habrá momentos en los que no puedo estar contigo merodeando por toda la ciudad. Sí, yo sé que no es lo ideal, pero yo tengo cosas que hacer acá, así que necesito que entiendas que habrán días en los que tendrás que caminar tu solo. Por ende, es importante que tus primeras dos jornadas a mi lado  prestes atención a las indicaciones que te digo en cuanto a la ubicación del metro y las distintas líneas de colectivo que pasan por el edificio. Si no prestas atención pasarás de estar perdido en la belleza de la ciudad a estar perdido en la ciudad y punto.  Me llamarás y te diré de lo más condescendiente: "ah, yo juraba que te había dicho como llegar...".
  • La primera empanada que probó mi amiga Gaby cuando vino era bastante mala. Más nunca probó empanadas argentinas. Lo mismo pasó con Andrés y las facturas la semana pasada. La presión está sobre mis hombros y debo hacer lo posible porque cada cosa que pruebes sea lo mejor que la ciudad tiene para ofrecer. Pero ten paciencia. Una empanada desabrida no las representa a todas. Hay que besar muchos sapos antes de encontrar la empanada que te guste. O algo así...
  • Yo sé que quieres hablar de Chávez. E incluso si no quieres, la experiencia me ha demostrado que no vas a poder evitarlo. Así que hazlo. Pero no te excedas. Supongo que estás aquí para distraerte un poco de aquello, ¿no? Bueno, entonces limita la cosa. O te propongo que trates de comprimirlo todo en un par de días en los que digas todo lo que te de la gana acerca de él y luego lo olvides por completo.
  • Espero traigas unos buenos zapatos para caminar. Si algo se hace en esta ciudad es moverse a pie. Y conmigo más aún. Como siempre suelo decir, yo aprendí a caminar cuando era niño, pero lo he redescubierto en Buenos Aires. Así que prepárate porque tiendo a pensar que todo está a una distancia peatonal prudencial, incluso si queda a 45 cuadras
  • Aquí puedes caminar de noche con tranquilidad. Relájate. Pero no demasiado. No estás en Suiza tampoco. No olvides esto. Será común regresar a las 3 de la mañana así sea de haber ido a tomar cervecitas y comer empanadas. Empanadas buenas, te lo prometo. 
  • No olvides traerme mi harina PAN y mi Nestea. Ese es el peaje por quedarte en mi morada. Y bueno, que te conozca de antes y que me caigas bien. No es que ahora cualquier persona que traiga Nestea y harina tiene pase libre a mi casa. Ojo con eso.
Otra forma de pagar el peaje
  • Por el bien de que te ahorres aún más reales (¿te mencioné que ya no vas a pagar estadía?) no tendrás que pagar ningún paquete turístico en la ciudad. He ido tantas veces a Caminito, al cementerio de la Recoleta y todos los demás sitios que ya puedo contarte las historias como si las hubiese vivido en carne propia. Lo de la Recoleta incluso me impresiona a mi mismo. Me sé la ubicación de todas las tumbas del tour de memoria e incluso le he incorporado algunas de mis tumbas favoritas que he descubierto yo solito. 
  • Por último, es recomendable que leas este blog con regularidad. Algún día se convertirá en la guía más completa para venezolanos y demás extranjeros en Buenos Aires. Y además me vas a ahorrar mucho tiempo de tener que explicarte cosas que ya aquí están explicadas con bastante claridad. Ya he pescado a unos cuantos que dicen haberlo leído y luego me hacen preguntas como "¿qué es eso del mercado central?" o "¿cómo es eso que aquí los hombres saludan de beso". 
Bueno, ya con todo esto aclarado queda decirte que debes informarme que vienes por lo menos unas tres semanas antes para ver si tengo disponibilidad en esos días. ¡Luego de que te ve el visto bueno serás completamente bienvenido! Y el Nestea que sea de limón.

Pedro, el infiltrado




miércoles, 9 de noviembre de 2011

Primer capítulo: ¿Que decís, tachero?



Un gran pensador me dijo alguna vez que para entender bien cómo funciona una ciudad había que hablar con sus taxistas. Que había muy poco de lo que no sabían o al menos muy poco de lo que no opinaban. La política, el clima, la crisis económica mundial, la inseguridad, las propiedades de la medicina homeopática, los beneficios de la margarina... Absolutamente nada escapaba su radio de conocimiento. Aquel pensador me decía que en sus viajes había aprendido más de las distintas idiosincracias que visitaba de boca de los taxista que de los guías turísticos (y vaya que ese hombre viajó en su vida...). Así que dedicado a mi padre (ese gran pensador en cuestión) inicio esta nueva sección de entradas dedicadas a los taxistas porteños y las experiencias que he vivido en los asientos traseros de sus vehículos. 

Antes de continuar aclaro que tachero es como se les dice coloquialmente a los taxistas aquí. He estado buscando la razón por la que se usa esa palabra, pero no la he encontrado. Lo mejor que pude conseguir fue que se les dice tacheros porque a los taxis se les dice tacho... No es muy útil que digamos... Si alguien sabe una respuesta mejor, por favor hágala saber. Los dejó entonces con la primera entrada de la sección del blog titulada "¿Qué decís tachero?".  Recomiendo leerla en tono de film noir, con este tema de fondo: Soundtrack de "¿Qué decís tachero?"






¿Qué decís, tachero?
Capítulo 1

Llevaba sólo tres semanas en Buenos Aires y ya tenía mi primer trabajo asignado por Sala de Espera, la revista en la que trabajo en Venezuela. ¿La asignación? Tenía que ir a entrevistar a Catherine Fulop en su casa, en un barrio privado a las afueras de Buenos Aires. Sí, la Catherine Fulop, Abigail en persona. Solicité un servicio para ir a su casa. El tachero se llamaba Jorge y nos hicimos amigos de inmediato, yo con mencionar a quien iba a entrevistar podría haber entablado conversación con quien sea. Él me contó que hacía viajes con frecuencia para distintas celebridades argentinas. Las mencionó pero no reconocí a ninguna. Me dijo incluso que a Fulop la había llevado, pero que ella probablemente no se acordaría de él. 

Foto en blanco y negro para ambientar aún más


Al llegar a su casa cuadramos una hora para que me pasara buscando de vuelta y me pidió que por favor me tomase una foto con ella, como si de alguna manera eso le diera la sensación de que había entrado conmigo a su casa. Pasaron las horas, pasó esto y luego me reencontré con Jorge para regresar a mi morada. "¿Y?", me preguntó apenas arrancamos. "Tenés la foto?". Saqué mi cámara, le sonreí y le dije: "lo prometido es deuda, hermano". 

Catherine y yo. Ella es la de la derecha.


Le enseñé la foto. Nos reímos y le conté cómo había sido todo. Jorge fue una de mis primeras ventanas hacia la cordialidad argentina, hacia su particular humor ácido. Más nunca nos volvimos a ver. Pero entre nosotros siempre quedará Catherine.




Fin.

Pedro, el infiltrado




miércoles, 2 de noviembre de 2011

Gustavo, Domingo en Llamas y la gira porteña

Yo creí que conocía a Gustavo. A lo largo de este año él y Vanessa, su novia, habían sido de mis más constantes amigos en esta ciudad. Los conocí a través de Sergio Porras, un amigo en común que vino a la ciudad en abril de este año, si mal no recuerdo. A partir de entonces nos hicimos todos buenos amigos. Nuestra amistad se alimentaba principalmente de lo que se alimentan la mayoría de las amistades de venezolanos afuera: compartir datos de supervivencia en la ciudad y quejarnos de lo mucho que extrañamos la comida venezolana. Pero además salpimentábamos todo esto con buenas dosis de humor .   Incluso fueron los elegidos por Vicky y yo para preservar el milenario secreto del mercado central (Oda al mercado central). Él, un músico luchando por ganarse sus reales en Buenos Aires. Ella, una fotógrafa... También luchando por ganarse sus reales en Buenos Aires. Sabiendo todo esto, pensé que conocía a Gustavo. Pero creo que es difícil decir que conoces a Gustavo Guerrero hasta que lo ves con una guitarra en la mano.

Gustavo, con lentes sentado a la izquierda. 
Yo, con lentes, parado a la derecha.

La verdad no entiendo muy bien cómo en todo este tiempo nunca lo presencié tocando guitarra. Mientras más lo pienso se me hace más inconcebible.  Pero así fue. Recién la semana pasada lo ví por primera vez punteando y charrasqueando. Actualmente se encuentra tocando en locales, casas y parques a lo largo y ancho de Buenos Aires con un proyecto bien particular.  Su compañero principal en esta gira porteña es José Ignacio Benítez, aquel de Domingo en Llamas (http://www.myspace.com/domenicodotticon), aquel de los ocho discos encima, todos grabados y ensamblados por su cuenta. Junto al baterista caraqueño Simón Hernández y sus respectivas consortes, están conviviendo todos en un departamento de dos espacios y un sólo baño, unidos en nombre de la buena música.

Este video lo grabó mi amigo Ricardo. 
Vacilen varios más en su canal de Youtube haciendo click aqui


Este videito es del toque que hicieron en un local llamado espacio Dadá. Son en realidad dos proyectos en simultaneo: tocan algunas canciones de Domingo en Llamas y algunas compuestas entre Gustavo y José Ignacio con par de seudónimos rimbombantes: Augusto Bracho y Moises de Martín. Ese fue el primero de los toques en Buenos Aires pero los tipos le están dando duro y como ese quedan un montón más. Si aún no los han escuchado es alta recomendación de este blog, la primera recomendación musical que hacemos en Buenos Aires: Infiltrado. Y no es porque Gustavo sea mi amigo.  No es tampoco porque sea un monstruo en la guitarra y merece ser visto. Ni siquiera hago la recomendación porque además unos amigos y yo los estamos grabando durante todos sus toques para hacer un documentalcito del viaje. No, la recomendación va porque la música es buena y aún el disco no está editado. Así que la cosa es en vivo, ¿OK? 

Te preguntarás: "Pero, Pedro, ¿cómo hago para poder ver este supergrupo en vivo en Buenos Aires?". Pues es sencillo, amigo lector. Una de las vías es ingresando al grupo de facebook de Domingo en Llamas. Otra de las formas es comunicándote conmigo vía mail para que te pase info de algunos toques más "clandestinos" de capacidad limitada. Y la última forma es que divagues por la ciudad esperando correr con suerte y encontrarlos tocando en alguno de los cien mil bares que tiene Buenos Aires. Esa última opción no la recomiendo demasiado, pero cada quien que haga lo que quiera.

Por último me despido con una anécdota para ilustrar lo de Gustavo y sus cuerdas mágicas. Una noche regresé a mi casa después de haber grabado al grupo todo el día y me senté a hablar con Vanessa, una buena amiga en Venezuela, por Internet. El novio de ella es guitarrista de los Telecaster, un grupo caraqueño. Le contaba que venía de grabar a un amigo guitarrista llamado Gustavo. Ella me preguntó el apellido. "Guerrero", respondí yo. Hubo un silencio. "Carlos me dice", dijo Vane por fin, "que le mandes a decir que lo admira y que ese es el mejor músico en esta vaina". ¿El mejor músico de Venezuela? Increible... Y yo creía que conocía a Gustavo...

Pedro, el infiltrado