viernes, 28 de octubre de 2011

El perreo



Por el bien de esta entrada el lector debe trata de omitir en su mente la reja gigante que dice "La plaza no se toca" en el video y concentrarse en el colorido personajes con la manada de canes a su alrededor. El ejercicio es sencillo, es similar al de omitir el título de la entrada que parece más relativo a un ensayo sobre el reggaeton que sobre el tema que nos importa: los paseadores de perros. El personaje (que de ahora en adelante llamaremos Matías porque así le gusta ser llamado) lo grabé junto a unos compañeros de la maestría para un ejercicio de clase, como sujeto fundamental en la vida de un parque, el parque Las Heras. Y es que Buenos Aires tiene montones de estos personajes merodeando por sus calles, ganándose sus cobres caminando perritos y perrotes de parque en parque, limpiando sus mierdas (las de los perros, quiero decir) y, como en el caso de Matías, a veces hasta buscándoles conversación.

"A ver si entiendo... Me va a sacar un extraño a dar vueltas?
Bueno, no me mata la idea, pero está bien, probemos."

Para entender por qué pululan en tal magnitud los paseadores de perros en Buenos Aires es importante entender que la población de perros en esta ciudad es enorme. Lo sé principalmente por la cantidad gigantesca de mierda que he tenido que esquivar en la calle. Puedo contar con una mano las veces que he visto a alguien recoger lo que su perro deja caer y con dos manos las veces que he tenido que devolverme a mi casa para quitarme residuos de la suela de mi zapato. Esa proporción no está nada bien. Pero me desvío del tema. Lo cierto es que la cantidad de perros ha hecho del paseador un oficio bien remunerado. Matías vive de trabajar en eso, no hace más nada. Y como él hay un montón, desde los que sólo caminan unos dos o tres hasta algunos que he visto caminando por ahí con hasta 16 perros. Sí, leíste bien: diez y seis. Algunos han llevado el asunto a otras variaciones como el tipo que camina perros mientras maneja su bicicleta, como si llevase una especie de trineo urbano.

Cruce de cebras. Y de perros...

Tengo una amiga en Venezuela que siempre me dice que considere pasear perros. La idea nunca ha tenido buena acogida en mis adentros porque no soy una persona muy dada a los animales. Creo que esa es la razón por la que admiro a estos sujetos, la razón por la que Matías siempre me pareció un tipo excepcional. En más de una ocasión, cuando lo presencié hablarle a sus perros, sentí que estaba sinceramente esperando que en cualquier momento le respondiera uno, como si no le fuese a sorprender en lo absoluto el día que alguno le dijese: "¿qué hacés, Mati?".

Así que levanto mi copa por el paseador de perros. Buen trabajo con el mejor amigo del hombre. Al menos de que seas de los que no limpia la mierda. Ahí si me caes mal.

Pedro, el infiltrado.




lunes, 24 de octubre de 2011

El beso con barba

Sin duda alguna la costumbre argentina con la que me ha sido más difícil congeniar es la de saludar a otros hombres con un beso en el cachete. Es más, creo que se cumplirá el tiempo que me toque vivir en esta ciudad y jamás lograré incorporarla a mi repertorio. Supongo que inconscientemente no he querido acostumbrarme por temor a lo que podría pasar en Venezuela si llego a saludar de beso a algún primo o amigo. Sé que terminaría en una trifulca seguro y nunca he sido muy peleador que digamos. En mi vida he saludado de beso a dos hombres: mi papá y mi tío Arturo. Y aún así estoy casi seguro de que, de hacerlo hoy día, quizás me quitarían el habla por unas horas.

 Imagen de una reunión de mi familia
  el día que se me ocurra saludar de beso a algún primo

                     

Pero lo que para nosotros allá arriba es impensable, acá abajo en Buenos Aires es de lo más común. No sé de dónde vino esa costumbre pero todo el mundo lo hace y es de lo más normal.  Yo lo descubrí en una fiesta a los pocos días de mi primera visita. Era en casa de un amigo de mi buen amigo Mauricio, una reunión de él y sus excompañeros de secundaria. Uno tras otro fueron saludándome de beso en el cachete y yo, con mis 25 años de crianza caribeña encima no pude evitar incomodarme. En aquel entonces fui rodando mi silla hasta quedar en una ubicación difícil de llegar, que obligase a los que llegaban tarde a saludarme con un saludo a distancia. Pero luego de pasada la reunión y haber logrado esquivar al menos unos 10 besos, caí en cuenta de que me tocaba acostumbrarme a la tradición del saludo si quería convivir y hacer amigos en Argentina (de la misma manera que tuve que acostumbrarme a tomar mate en reuniones si no quería ser excluido y execrado de la sociedad, pero esto del mate lo dejaré para otra entrada).

      ¿Besar o no besar? He ahí la cuestión...


En la actualidad ya lo hago sin mucho problema. Sólo en los momentos en que me toca saludar a aquellos con un grosor de barba similar o mayor al mío suelo ser escurridizo y apelar mas bien a abrazarlos  con la cabeza inclinada hacia abajo para evitar roce de caras. De verdad que lo de barba contra barba es demasiado fuerte para mí aún. Aún me gustaría conocer el por qué de esta costumbre. Imagino que tiene que ver con la influencia europea de Buenos Aires, pero no lo sé a ciencia cierta. Si alguien tiene respuestas o teorías hágamelas saber.

Chao. Besos a las mujeres. Y bueno, a los hombres argentinos.

Pedro, el infiltrado


lunes, 17 de octubre de 2011

Oda al mercado central

Caímos originalmente en el mercado central por la misma razón por la que tomamos la mayoría de las decisiones en nuestras vidas actualmente: por una cuestión económica. La recomendación vino de la mano de Octavio y Gloria, dos buenos amigos que ya no están con nosotros. No es que se murieron ni nada, es sólo que se fueron de Buenos Aires para México. Y ya no están con nosotros pues. A simple vista sonaba demasiado bueno para ser verdad: ¿un sitio en el que todo lo que podías comprar costaba menos de la mitad de lo que cuesta en el supermercado habitual? Pero es cierto. Todo lo que se ha dicho del mercado central es cierto. Yo fui testigo de ello. Fui una vez y mi vida jamás volvió a ser la misma. Tenía preparada una presentación de Powerpoint, así con dibujitos y plantillas, pero apelaré mas bien a enumerar las características. Simple is better.


1) El mercado central es lejos. Desde la puerta de mi apartamento hasta levantar la primera bolsa de cebollas uno se tarda aproximadamente una hora y media. El recorrido incluye un viaje en colectivo, una caminata de un par de kilómetros y un pedazo del trayecto nadando por un río. Mentira. Cero nado. Pero lo demás sí es cierto. Por lo general nos hemos acostumbrado a ver el viaje al mercado central como un paseo. Lo hacemos un domingo al mes, compramos galletitas, comemos choripanes, echamos cuentos, nos reímos. Incluso tenemos invitados especiales cada cierto tiempo para darle sabor a lo que se conversa en el trayecto. 

2) Toma tiempo ir perfeccionando cuánto comprar. La primera vez que fuimos compramos muy pocas cosas. La segunda vez compramos demasiadas y se dañaron varias. En el equilibrio está la clave. Una de las cosas más difíciles para mí fue entender cuánto es un kilo de cada cosa. Como es un mercado al por mayor, lo mínimo que uno puede comprar es un kilo y medio de cada una y es fácil dejarse llevar por las promociones que varían de acuerdo al día. Yo no sé ustedes, pero por ejemplo yo nunca me imaginé que 3 kilos de yuca (mandioca para mis amigos porteños) era taaaaaaanta yuca.  La semana que compré eso casi no pude comprar más nada (no cupo). Parecía Bubba, el compañero de Forrest Gump que conocía todas las recetas para camarones: yuca sancochada, yuca frita, buñuelos de yuca, yuca para la sopa, yuca horneada, bastoncitos de yuca...

3) A ver... ¿Qué será que podemos llevar para cargar cosas en el mercado central y no quedar jorobado de por vida?


¿Una maleta? ¿En serio? Bueno, ok... Imagino que se ve un poco exagerado llevar una pieza de equipaje viajero para el mercado, pero sinceramente es la cosa más práctica que he encontrado. Obviamente también tiene sus trucos. La primera vez que la usé salí del mercado con 2 kilos de fresa y dos de kiwi y llegué a mi apartamento con un coctel tropical ya batido en los bolsillos internos de la maleta. Un desastre. Pero aprendí de eso y ahora los jugos los preparo en casa y no en el colectivo.

4) Lo ideal para ir al mercado central es tener un buen congelador en casa. Bueno, en realidad lo ideal ideal es tener un carro para no tener que hacer esta travesía desgastante, pero lo del congelador es clave. Nosotros congelamos todo, desde el queso hasta la fruta picadita y guardada en bolsas para poder hacer jugo natural todo el mes. Incluso compré etiquetas para ponérselas a las bolsas. El congelador me convierte en una doña de esas que ven Utilísima.


Me parece que eso es todo por la edición de hoy de Buenos Aires: Infiltrado. Para más novedades sobre la vida porteña, inscríbanse en el blog. Para sugerencias, quejas o descargarse, escríbanme al pedrocamacho84@gmail.com. Para más información acerca de Utilísima entren a http://www.utilisima.com/ar. Los dejo con una foto de las nuevas tarjetas de presentación recién sacadas del horno. Estoy tratando de hacer correr la buena palabra del infiltrado.



Pedro, el infiltrado

viernes, 7 de octubre de 2011

Fútbol en la Capillita

"La primera regla de fútbol en la Capillita es: nadie habla de fútbol en la Capillita...
La segunda regla de fútbol en la Capillita es: NADIE habla de fútbol en la Capillita"


Aquellos que captaron la referencia a Fight Club, los felicito. Son exactamente el tipo de lectores que quiero en este blog. Aquellos que no, pues les tocará poner un poquito más de su parte para la próxima, ¿ok? Desde hace ya dos meses he estado asistiendo religiosamente a jugar fútbol 5 cada semana en una cancha del barrio Belgrano. ¿Los participantes? Un grupo formado mayoritariamente por venezolanos, todos empeñados en demostrar que son los próximos grandes talentos futbolísticos en el anonimato.

Bueno... En realidad no es para tanto. La noche de fútbol en la Capillita sirve más para drenar el estrés de la semana que más nada. No voy a negar que de vez en cuando hay algunos destellos de grandeza, unos relampagazos de buen fútbol. Pero lo de drenar es lo más importante, de ahí la referencia a la película de Brad Pitt. Bueno, de ahí y del hecho de que todos quedamos moreteados y caminando con dificultad el resto de la semana. Pero en paz. Fútbol en la Capillita es lo único que nos mantiene a veces alejados de robar un banco o secuestrar un colectivo. Para descansar los ojos, una foto mía el día del encuentro...



Según recuerdo, la iniciativa se disparó después de la gloriosa participación del seleccionado venezolano en la pasada Copa América. Bastó que pasase un evento así para que todos quisiéramos salir a buscar anotar nuestros propios goles. Y es que en la Capillita nos la creemos completa. Los habituales como Ricardo, José Saúl, Hernán, Wilmer y yo pasamos días preparándonos para el encuentro, lo llenamos de expectativa desde mucho antes, lo analizamos hasta la saciedad durante ratos después. Es más, ahora que lo pienso, la única regla de fútbol en la Capillita es que se habla un montón del fútbol en la Capillita. El juego transcurre tarde, muy tarde, a eso de las 11 de la noche. Yo para llegar debo agarrar metro y colectivo de ida y caminar 8 cuadras hasta el colectivo que me trae de regreso a las 12 y media de la noche. En chores. En invierno. Sudado. Pero sonriente

La única vez que falté fue el martes antes de mi cumpleaños. Agobiado por una gripe, mi mamá me prohibió salir de la casa. Yo traté de argumentarle que estaba bien mientras irónicamente le tosía un pedazo de pulmón a su lado y la nariz me chorreaba a cántaros. Probablemente haya sido lo mejor no asistir ese día, pero igual es difícil poner en palabras lo importante que es ese juego para mi paz mental. Es como el viernes de los tragos after office o la salida para la playa el fin de semana. Es una válvula de escape que todos necesitamos. Así sea tejiendo bufandas en un curso con ancianas, te recomiendo que, si aún no la tienes te vayas buscando tu Capillita desde ya.

Pedro, el infiltrado