sábado, 25 de junio de 2011

Un caraqueño suelto en murga


Esta cuerda de loquitos son los Caprichosos de San Telmo. La que está en el medio, detrás del tambor y sin ropa de circo es Alison, la directora de un documental en el que he venido haciendo asistencia desde hace un par de años. Si buscan en las entradas más antiguas del blog podrán saber un poco más de ella y de como la conocí. Esta foto en particular fue tomada hace un mes en lo que fue el último día de rodaje con los Caprichosos en un galpón enorme donde se presentaron con el sólo fin de que los filmasemos en medio de unas luces estroboscopicas de esas que hay en las discotecas y tal. El material de video quedo increible. La jornada me dejo sordo por los tambores y ciego por las luces, pero el material quedo increible.

La cosa está en postproducción ahorita, pero se estrena en septiembre en Toronto y con suerte podre viajar a ver todo lo que hicimos en pantalla grande, rodeado de cientos de Alisons. Para una mejor descripción les dejo está crónica que hice de mi experiencia. Es un poco larga pero me parece que está chevere así que gocenla... Nos vemos pronto pa' segui' echando cuentos. Vayan por la sombrita, pero después de leer esto.


Un caraqueño suelto en murga

Enny se montó en un taxi al salir de su casa. Mientras se acomodaba en el asiento de atrás y le daba la dirección al taxista, le iba contando a su amiga acerca de la invitación a los venideros corsos que yo le había hecho unos días atrás. Desde hacía varios meses grababa los ensayos de la murga religiosamente cada jueves y sábado y ahora, llegado febrero, por fin comenzaban las ansiadas presentaciones en las calles de Buenos Aires. El taxista, intrigado por la idea de dos venezolanas hablando de murga, volteó su cabeza y decidió indagar en el tema. “¿ustedes van a una murga este fin de semana?”. “Sí, tengo un amigo que está haciendo un documental acerca de una en San Telmo”, respondió Enny. “¿Tu eres amiga de Pedro”, exclamó el taxista. Mientras manejaba, su risa contrastaba con las caras sorprendidas de las dos pasajeras. El conductor era Pichi, taxista de día, director del Centro Murga Caprichosos de San Telmo de noche. Lo conocí a mediados de 2009 en su sitio de ensayo, la Plazoleta Vera Peñaloza, en pleno barrio de San Telmo. Pero la historia comienza en el mismo lugar donde espero que termine: en una sala de proyección de cine.

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Conocí a Alison Murray un día de abril hace dos años, en una proyección de su película Carny en el festival de cine independiente de Buenos Aires (BAFICI). Al final de la proyección me acerque a ella, charlamos y anotamos teléfonos. Al finalizar el mes habíamos intercambiado DVDs con nuestros trabajos. Al final de junio ya estábamos embarcados en un documental acerca de las murgas porteñas. Ella, canadiense de nacimiento y apariencia, vivía en San Telmo junto a su marido Carlos, un argentino profesor de tango, y Beatriz, la hija de ambos. Aunque en realidad la historia comienza incluso antes, en una calle porteña, trancada por un corso de carnaval.

A principios de 2008, dos amigos caraqueños visitaban por vez primera Buenos Aires. Hospedados en Florida, a las afueras de capital y ansiosos por conocer el centro de la ciudad, decidieron un sábado en la mañana salir a patear las calles. Con sólo un puñado de datos en mano (el colectivo a tomar y la dirección para regresarse), se perdieron por el sonido incesante de una percusión y decidieron perseguirlo.

Cruzaron varias esquinas hasta que hallaron la fuente en la forma de un desfile colorido de comparsas de carnaval. Vislumbrados, permanecieron por dos horas detallando lo que veían, hasta que la música se detuvo. En el camino a casa no dejaban de hablar de lo que habían presenciado. Mari, la dueña de la casa donde se estaban quedando les explicó que habían visto murga. Mauricio y yo quedaríamos por siempre prendados a ese ritmo.

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La tarde que conocí a los Caprichosos de San Telmo entendí por qué Alison había visto en ellos el potencial para hacer una película. En un mundo tan ligado tradicionalmente a las drogas, la violencia y la política, Pichi había logrado mantenerlos al margen gracias a los valores familiares que les inculcó desde temprano. Él, padre de cuatros murgueros de sangre e incontables otros de afecto, había conducido a Caprichosos con su propio ejemplo. Sentado en un murito del parque al lado de Alison, los fui conociendo de vista mientras ensayaban, rodando en mi mente la película que podría llegar a ser: en los bombos, Matías y Gaby, los personajes de humor, con mazo y platillo en cada mano, y un chiste siempre en la boca; liderando el baile está siempre María Eva, la figura femenina del grupo, muy arreglada y coqueta, le enseña a cada recién llegada los pasos que ya tiene más memorizados que la forma de caminar; en el cuerpo de baile masculino destaca Sergio, un gigante de tamaño y presencia, tímido de trato, pero extrovertido en el baile, simboliza la situación difícil por la que muchos en la murga atraviesan, sujeto a los antojos del mundo laboral, incapaz de conservar un empleo que perdure; en la parte posterior del desfile, se mueve Graciela, cabeza de una familia de tres generaciones de murgueros, con una de sus nietas en brazos y el otro dando vueltas a su alrededor. Incluso con las coreografías a medias y sin los trajes y los escudos era un espectáculo vistoso, con una energía que llamaba a bailar.

Durante los siguientes cinco meses Alison y yo nos sumergimos en la murga todos los jueves y sábados, días de ensayo. Conocimos a los Caprichosos a fondo, nos aprendimos sus canciones e, incluso, los acompañamos, con cámara en mano, a sus casas y trabajos. Ya en octubre, y con un discurso de iniciación por parte de Pichi al finalizar el viaje de paseo a Saladillo, éramos parte de la murga.

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Llegadas las vacaciones de diciembre, yo partí a pasar la temporada en Venezuela y Alison hizo lo mismo con su familia a Canadá, ambos con miras a volver en febrero, la recta final del proyecto, mes del Rey Momo, carnavales y, por supuesto, mucha murga. Pasaron las navidades y el mes de enero sin saber nada de los Caprichosos, con el reencuentro en febrero como un compromiso tácito. A Buenos Aires volví con un tobillo esguinzado y con la esperanza de que Alison pudiese asumir el grueso de las grabaciones que se nos venían encima. Me encontré con ella al día de haber arribado y, ante mi asombro, estaba embarazada de dos meses. Mi alegría pronto se convirtió en preocupación ante el espectro de tener que asumir el rodaje con un sólo pie bueno. Asumí la grabación de los corsos, todos los fines de semana de febrero de 7 de la noche hasta altas horas de la madrugada. Viví los carnavales como los vive un murguero, de barrio en barrio, con la única murga en ese carnaval que contaba con un camarógrafo con caminar trastabillado en sus desfiles, merodeando entre sus filas, registrando cada baile, cada canción, cada sonrisa robada al público.

Grabamos, en total, mas de 30 horas de material. Después vino el largo proceso de edición y, actualmente, se encuentra en postproducción de sonido. Ocasionalmente visitamos a los Caprichosos en la plazoleta, para ver en qué andan y para ser bombardeados por la misma pregunta, hecha de decenas de maneras distintas: “¿para cuándo está lista la película?”. Pero, si existe alguien que espera ese día frente a la gran pantalla con más ansias que ellos, soy yo, si tan sólo para corroborar que todo lo que viví en carne propia con los Caprichosos logró plasmarse en lo que registré y ayudé a registrar. Mientras Gaby, Matías, Pichi, María Eva, Sergio, Graciela y el resto de los Caprichosos se ven proyectados en grande en la sala de cine, detrás de ellos estará sentado este caraqueño, que adoptó, así sea por un tiempito, la vida del murguero como propia.

Pedro, el infiltrado




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