My precious...
¿Qué
será que tienen las golosinas? ¿Cuál será esa cualidad que las convierte en una
de las cosas que uno más extraña de su país? Basta con viajar para que uno
añore un Toronto (este chocolatito venezolano que aparece en la foto, para el
que no la conozca) como se añora a un tío, un tío acholatado con relleno de
avellana. Jamás fui un niño come chatarra, ni un adolescente ni un adulto joven
en tal caso. Las comía esporádicamente, como deben ser comidas para no terminar
como uno de esos obesos que aparecen en Discovery Channel que requieren de
grúas y arneses para salir de casa. Aunque ahora, cuando me siento después de
un almuerzo y abro lentamente un envoltorio de Toronto deseo habérmelos comido
todos en Caracas, haberme saturado hasta el punto de odiarlos hoy y no atesorar
los pocos que tengo como si fuesen joyas o valiosos lingotes de oro.
Y
es que aquí me di cuenta de que uno cuando se come eso no se come una golosina,
no está ingiriendo un pedazo de chocolate o una galleta. Uno se está comiendo
un recuerdo, un trozo de infancia. Uno no sabe bien lo que tiene hasta que lo
pierde y eso es especialmente cierto al referirse a las chucherías, como le
conocemos allá en mi país. Aquellos que han venido a mi casa conocen el valioso
gesto que puede significar recibir una de mis chucherías como regalo. Nunca me
canso de ver la cara de un invitado cuando la recibe, como si detrás de una
cortina hubiese aparecido algún familiar muy cercano (iba a volver a mencionar
lo del tío achocolatado pero me parece que esa imagen no aguanta dos
referencias en una misma entrada). Pero hablando en serio les produce una
sonrisa genuina, algo difícil de describir pero que creo que todos podemos
entender. Esto no quiere decir que vayan a venir a pedirme que les de algo cada
vez que me visiten porque tampoco es que soy un dealer de chucherías
venezolanos. Así que ojo, porque están bien escondidas, en un lugar bien alto,
detrás de cosas bien pesadas. ¡OJO!
Igual
ya me quedan poquitas así que espero que vuelva mi madre para que me
reabastezca. Pero no todo está perdido hasta entonces. Por cada golosina
extrañada ha de haber algún equivalente que se encargue de saciar ese antojo.
Por cada Samba de fresa habrá un Jorgito, por cada Cocosette habrá una
Vauquita... Y por cada Toronto habrá..
Lectores, Tita. Tita, lectores
Yo
la descubrí un poco tarde, a decir verdad. Pero esta galletita que ven aquí es
lo más cercano que he encontrado para matar la necesidad de dulce. La verdad es
que estaba pareja la competencia porque tengo un punto débil también por unas
galletas de limón que hace Havanna, pero estas cuestan como la mitad y además
de glotón soy duro para gastar. Así que gano la Tita. Altamente recomendada
para el que no la conozca.
No
te cambio por nada, Toronto, pero espero sepas entender que debía buscarme
otra. Al fin y al cabo, amor con hambre no dura...
Pedro,
el infiltrado