sábado, 31 de diciembre de 2011

Las campanas de la iglesia están sonaaaaando...


31 de diciembre: fuegos artificiales y lágrimas naturales


Este 31 de diciembre tiene todo el potencial para convertirse en el mayor festival de lágrimas de mis 27 años de vida. Los elementos en juego:

1) De por si los 31 tienden a ponerme más blandengue que una novia el día de su boda. No existe en mi calendario una fecha con mayor carga de nostalgia. Se mezclan en mi cabeza todos los recuerdos de 31s pasados aunados a los momentos tristes y alegres del presente año, aunados al alcohol que esté ingiriendo en el momento y todo resulta en un desastre emocional que nunca se cómo manipular. De niño solía mirar extrañado a los adultos que me abrazaban a las doce, se aferraban a mí en llanto desbordado, como si hubiesen ganado un premio de la academia y yo fuese la estatuilla. El pequeño Pedro nunca lograba entender por qué un momento que parecía tan festivo, con los fuegos artificiales por doquier y la música a todo volumen, podía resultar tan deprimente. Pero ya lo entiendo. Lo entiendo bien. Si veo a un niñito divirtiéndose sin una sola lágrima este 31 lo voy a sentar y le contaré todo lo que se le viene en los próximos años hasta que le quite la sonrisa de la cara. Bueno, quizás no lo haga, pero lo pensaré.

Incluso si se es un ser estoico, de esos que no lloran ni cuando se lastiman un dedo con un martillo, no concibo cómo un ser humano puede conservar el temple cuando al acercarse las 12 suena esta joya. Juro que la escucho en un día cualquiera y se me pone la piel de gallina. Para aquellos que no son de estos lados, esta canción fue creada con el sólo propósito de hacer llorar a todo el que la escuche este último día del año. Vamos al siguiente punto porque se me quiebra la letra...

2) Ahora me encuentro en Boca de Uchire, pueblo playero del oriente venezolano. No sé qué tiene la playa, pero ayer caí en cuenta de que ha sido el escenario de las conversaciones más profundas de mi vida entera. Los momentos más compenetrados que he tenido con mis padres han ocurrido en orillas. No se si es el sonido de las olas o la sensación de la arena en mis pies, pero hay algo terapéutico ahí. 31 playa = lagrimaratón.

3) Bueno, no se si saben, pero yo vivo en Buenos Aires y tal. Así que de por si volver a la patria de origen pone en funcionamiento un complejo engranaje de sentimientos. Todo es un recuerdo, una añoranza, un sentimiento atravesado, una cosa loca. Basta con vivir un tiempo afuera para que todo en Venezuela lo sobredimensiones, desde lo bueno a lo malo, todo adquiere otras proporciones. Una hayaca hecha en familia ya no es una hayaca. Es algo más. Y esa bendita cancioncita se vuelve venenosa... Dios, ¿por qué existe esa canción?

4) Tendré a mi madre a mi lado. Puntos suspensivos...

Todo esto suma a que sea un 31 lacrimoso. Pero lo más loco es que no lo cambiaría por nada del mundo. Quizás haya algo de masoquismo, pero todo esto es lo que hace que el 31 sea perfecto. Incluso la cancioncita esa. "Faltan ciiiinco pa' las doce, el año va a teeeeerminar...". Es que ni el mas estoico....

Aprovecho la oportunidad para agradecerle a todos por formar parte de Buenos Aires: Infiltrado este año. Sinceramente ha sido muy divertido poder compartir semanalmente este espacio con los lectores y la receptividad ha sido mucho mayor de la que imaginé. Por todo eso pues muchas gracias. Espero sigan visitando el blog el venidero año y lo puedan recomendar por sus redes sociales cuando les salga del... Cuando les parezca apropiado... Les recuerdo además que sus sugerencias y comentarios me ayudan a mantener el blog fresco y ameno, así que sigan enviando todo eso que será bien recibido.

Les deseo a todos un feliz año. Venezolanos y no venezolanos, argentinos y no argentinos, infiltrados y no infiltrados... ¡Felicidades a todos!


Pedro, el infiltrado





sábado, 24 de diciembre de 2011

Navidad Infiltrada




Quería hacer una entrada acerca de la navidad en Buenos Aires, las costumbres, la comida y todo eso. Pero me encontré con un pequeño inconveniente:  jamás he pasado una navidad en Buenos Aires. Es más, estas líneas las escribo desde mi linda Caracas, esa de las decoraciones desmedidas y los centros comerciales que se desbordan de gente en época festiva. Y es que el tiempo me ha enseñado que la navidad es para pasarla en familia, comiendo como unos cerdos y tomando como unos locos.  Y yo no sé si estaría dispuesto a pasarla de ninguna otra manera. Estar lejos de la gente que uno quiere durante estos días no es buen negocio. Y el internet y todo eso está bien, sí... Pero un abrazo bien dado no lo va a suplantar ni toda la tecnología del mundo. Yo puedo asegurar que pasar estos días acá riéndome en mi propia jerga, con aquellos con los que siempre he pasado diciembre es algo que me llena como muy pocas cosas hacen. 

No sé si la navidad acá es mejor que allá. Se que para mí lo es. Pero supongo que si mi familia fuese de Belice, también moriría por pasarla allá (mis disculpas con los lectores de Belice. Supongo que su país tiene su encanto, pero me parece que deben hacer más por promocionarlo porque yo no lo conozco).    Creo que perdí el norte de esta entrada, pero el júbilo nubla un poco mi coherencia. Sólo deseo que todos los lectores de Buenos Aires: Infiltrado, pasen una feliz navidad y que vivan sus costumbres particulares al máximo. Disfrútenlas, gócenlas, explótenlas, porque así sean venezolanos, argentinos, polacos, australianos o beliceños (así es, beliceños...) nuestras costumbres nos hacen especiales y la mejor navidad del mundo es sin duda alguna la que vivimos con los nuestros al lado.  


Pedro, el infiltrado. Y jo   jo   jo