miércoles, 29 de junio de 2011
Tandil, la ciudad donde deje mis rodillas (1era parte)
sábado, 25 de junio de 2011
Un caraqueño suelto en murga
Un caraqueño suelto en murga
Enny se montó en un taxi al salir de su casa. Mientras se acomodaba en el asiento de atrás y le daba la dirección al taxista, le iba contando a su amiga acerca de la invitación a los venideros corsos que yo le había hecho unos días atrás. Desde hacía varios meses grababa los ensayos de la murga religiosamente cada jueves y sábado y ahora, llegado febrero, por fin comenzaban las ansiadas presentaciones en las calles de Buenos Aires. El taxista, intrigado por la idea de dos venezolanas hablando de murga, volteó su cabeza y decidió indagar en el tema. “¿ustedes van a una murga este fin de semana?”. “Sí, tengo un amigo que está haciendo un documental acerca de una en San Telmo”, respondió Enny. “¿Tu eres amiga de Pedro”, exclamó el taxista. Mientras manejaba, su risa contrastaba con las caras sorprendidas de las dos pasajeras. El conductor era Pichi, taxista de día, director del Centro Murga Caprichosos de San Telmo de noche. Lo conocí a mediados de 2009 en su sitio de ensayo, la Plazoleta Vera Peñaloza, en pleno barrio de San Telmo. Pero la historia comienza en el mismo lugar donde espero que termine: en una sala de proyección de cine.
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Conocí a Alison Murray un día de abril hace dos años, en una proyección de su película Carny en el festival de cine independiente de Buenos Aires (BAFICI). Al final de la proyección me acerque a ella, charlamos y anotamos teléfonos. Al finalizar el mes habíamos intercambiado DVDs con nuestros trabajos. Al final de junio ya estábamos embarcados en un documental acerca de las murgas porteñas. Ella, canadiense de nacimiento y apariencia, vivía en San Telmo junto a su marido Carlos, un argentino profesor de tango, y Beatriz, la hija de ambos. Aunque en realidad la historia comienza incluso antes, en una calle porteña, trancada por un corso de carnaval.
A principios de 2008, dos amigos caraqueños visitaban por vez primera Buenos Aires. Hospedados en Florida, a las afueras de capital y ansiosos por conocer el centro de la ciudad, decidieron un sábado en la mañana salir a patear las calles. Con sólo un puñado de datos en mano (el colectivo a tomar y la dirección para regresarse), se perdieron por el sonido incesante de una percusión y decidieron perseguirlo.
Cruzaron varias esquinas hasta que hallaron la fuente en la forma de un desfile colorido de comparsas de carnaval. Vislumbrados, permanecieron por dos horas detallando lo que veían, hasta que la música se detuvo. En el camino a casa no dejaban de hablar de lo que habían presenciado. Mari, la dueña de la casa donde se estaban quedando les explicó que habían visto murga. Mauricio y yo quedaríamos por siempre prendados a ese ritmo.
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La tarde que conocí a los Caprichosos de San Telmo entendí por qué Alison había visto en ellos el potencial para hacer una película. En un mundo tan ligado tradicionalmente a las drogas, la violencia y la política, Pichi había logrado mantenerlos al margen gracias a los valores familiares que les inculcó desde temprano. Él, padre de cuatros murgueros de sangre e incontables otros de afecto, había conducido a Caprichosos con su propio ejemplo. Sentado en un murito del parque al lado de Alison, los fui conociendo de vista mientras ensayaban, rodando en mi mente la película que podría llegar a ser: en los bombos, Matías y Gaby, los personajes de humor, con mazo y platillo en cada mano, y un chiste siempre en la boca; liderando el baile está siempre María Eva, la figura femenina del grupo, muy arreglada y coqueta, le enseña a cada recién llegada los pasos que ya tiene más memorizados que la forma de caminar; en el cuerpo de baile masculino destaca Sergio, un gigante de tamaño y presencia, tímido de trato, pero extrovertido en el baile, simboliza la situación difícil por la que muchos en la murga atraviesan, sujeto a los antojos del mundo laboral, incapaz de conservar un empleo que perdure; en la parte posterior del desfile, se mueve Graciela, cabeza de una familia de tres generaciones de murgueros, con una de sus nietas en brazos y el otro dando vueltas a su alrededor. Incluso con las coreografías a medias y sin los trajes y los escudos era un espectáculo vistoso, con una energía que llamaba a bailar.
Durante los siguientes cinco meses Alison y yo nos sumergimos en la murga todos los jueves y sábados, días de ensayo. Conocimos a los Caprichosos a fondo, nos aprendimos sus canciones e, incluso, los acompañamos, con cámara en mano, a sus casas y trabajos. Ya en octubre, y con un discurso de iniciación por parte de Pichi al finalizar el viaje de paseo a Saladillo, éramos parte de la murga.
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Llegadas las vacaciones de diciembre, yo partí a pasar la temporada en Venezuela y Alison hizo lo mismo con su familia a Canadá, ambos con miras a volver en febrero, la recta final del proyecto, mes del Rey Momo, carnavales y, por supuesto, mucha murga. Pasaron las navidades y el mes de enero sin saber nada de los Caprichosos, con el reencuentro en febrero como un compromiso tácito. A Buenos Aires volví con un tobillo esguinzado y con la esperanza de que Alison pudiese asumir el grueso de las grabaciones que se nos venían encima. Me encontré con ella al día de haber arribado y, ante mi asombro, estaba embarazada de dos meses. Mi alegría pronto se convirtió en preocupación ante el espectro de tener que asumir el rodaje con un sólo pie bueno. Asumí la grabación de los corsos, todos los fines de semana de febrero de 7 de la noche hasta altas horas de la madrugada. Viví los carnavales como los vive un murguero, de barrio en barrio, con la única murga en ese carnaval que contaba con un camarógrafo con caminar trastabillado en sus desfiles, merodeando entre sus filas, registrando cada baile, cada canción, cada sonrisa robada al público.
Grabamos, en total, mas de 30 horas de material. Después vino el largo proceso de edición y, actualmente, se encuentra en postproducción de sonido. Ocasionalmente visitamos a los Caprichosos en la plazoleta, para ver en qué andan y para ser bombardeados por la misma pregunta, hecha de decenas de maneras distintas: “¿para cuándo está lista la película?”. Pero, si existe alguien que espera ese día frente a la gran pantalla con más ansias que ellos, soy yo, si tan sólo para corroborar que todo lo que viví en carne propia con los Caprichosos logró plasmarse en lo que registré y ayudé a registrar. Mientras Gaby, Matías, Pichi, María Eva, Sergio, Graciela y el resto de los Caprichosos se ven proyectados en grande en la sala de cine, detrás de ellos estará sentado este caraqueño, que adoptó, así sea por un tiempito, la vida del murguero como propia.
Pedro, el infiltrado
jueves, 23 de junio de 2011
Aja, bueno, intentemos esto del blog una vez más...
- 140 caracteres suena como que jode. Incluso leído se ve como que jode. Pero la verdad es que no es que jode. Nuestras ideas (o por lo menos las mías) no están hechas para esa longitud. Mis ideas concretas rodean más bien los 310 caracteres como mínimo (mentira, no se cuanto carajo miden mis ideas, pero se que 140 me los consumo nada más en la introducción de mis planteos). Así que me encontré tratando de meter a los personajes en un envase que no les quedaba bien, como los sujetos esos en los circos que se meten en una maleta. Mis personajes eran exactamente ese tipo, con las rodillas metidas en las orejas y la nariz metida en su trasero. Sencillamente no estaban cómodos... ¿Quién iba a estarlo?
- En vez de abrir una cuenta con mi nombre decidí abrirla con el nombre de 10personajes. Sinceramente pensé que eso iba a facilitar escribir el contenido, pero no fue así. Mas bien ha limitado mi posibilidad de escribir de lo que me de la gana, como tan amablemente me permite hacer este blog. Más bien me he vuelto un poco esclavo del tono que ya hace tres años le impuse a los personajes y me ha costado encontrarle un equivalente twitteando. Que palabrita esa de twittear, ¿no? Ni siquiera me acostumbro a esa vaina. ¿Será que me convertí en un viejo? Pero si aún me siento tan joven y lleno de vida... Bueno, sigamos...
- Es jodido mantenerse motivado a escribir con tan poco feedback. Uno escribe y escribe y no sabe si lo está haciendo bien o mal o que demonios. Creo que la gente como yo se ha malacostumbrado al feedback que nos suele proporcionar Facebook. No se por que, pero la gente tiende a sentirse más libre para opinar en Facebook y mas bien se vuelven tímidos en Twitter. De verdad que no los culpo. Quizas, y para citar un tweet (maldición.. un tweet.. Definitivamente soy viejo) de mi buena amiga Daniela: "tengo un público dificil en twitter".
- Creo que lo principal es que no me gusta el Twitter. O por lo menos creo que me va a costar agarrarle cariño al pana. Por mas que intento meterme en la cosa no me gusta el asunto.. Siento que en su mayoría termina siendo como una exaltación de lo trivial, como si todos los que twittean cayeron en cuenta al mismo tiempo que los detallitos de sus vidas pueden ser interesantes para el mundo entero. Sí, está bien, funciona para algunos, pero en líneas generales, ¿qué carajo me importa a mí lo que se te ocurrió en el baño, o en la cola en la autopista? ¿o tus observaciones acerca de tu mascota? O sea, esta bien a veces, ¡pero es que hay gente que es lo único que escribe! Bueno, limitaré mi ataque hacia la gente así, porque a fin de cuentas es la misma vaina que hago yo con este blog. Es más bien que estoy picado porque por twitter no se hacerlo (beeeee, beeeee, picaaaaaao! beeeeeee!).
- Mientras mis frustraciones con el medio de los 140 caracteres se acumulaban, apareció en mi vida este video que me levantó un poco el ánimo. No mucho, pero un poco. http://www.youtube.com/watch?v=BeLZCy-_m3s